los trenes.
En estas tierras, los trenes van de oriente a occidente y de occidente a oriente...
Y
a ambos lados del ferrocarril se encuentran, en estas tierras, enormes espacios desérticos, el Sary-Ozeki, las tierras Centrales de las estepas amarillas.
En estas tierras, cualquier distancia se mide con relación al ferrocarril, como si fuera el meridiano de Greenwich...
Pero los trenes van de oriente a occidente y de occidente a oriente...
A media noche, alguien se dirigía hacia él, hacia su garita de guardagujas, con larga y tenaz caminata; primero, directamente por las vías; luego, al aparecer un tren de frente, por el terraplén, abriéndose camino como en una ventisca, protegiéndose con los brazos del viento y del polvo que venía a ráfagas de un veloz tren de mercancías (un tren con hoja de ruta preferente: convoy con destino especial que luego tomaría un ramal hacia la zona reservada de Sary-Ozeki, donde tenían un servicio ferroviario propio que llegaba hasta el cosmódromo, por decirlo de una vez, por eso los vagones iban cubiertos con unas lonas y había guardia armada en las plataformas). Al instante Yediguéi adivinó que era su esposa la que se acercaba apresuradamente, que esta prisa no sería gratuita y que habría para ello un motivo muy serio. Así resultó ser. El deber del servicio le impedía abandonar el puesto hasta que hubiera pasado el último vagón de cola con el conductor en la plataforma descubierta. Se hicieron señas con los faroles indicando que todo estaba en orden en las vías, y sólo entonces, medio sordo por el estrépito, se volvió Yediguéi a su mujer, que acababa de llegar
En estas tierras, los trenes van de oriente a occidente y de occidente a oriente...
Y
a ambos lados del ferrocarril se encuentran, en estas tierras, enormes espacios desérticos, el Sary-Ozeki, las tierras Centrales de las estepas amarillas.
En estas tierras, cualquier distancia se mide con relación al ferrocarril, como si fuera el meridiano de Greenwich...
Pero los trenes van de oriente a occidente y de occidente a oriente...
A media noche, alguien se dirigía hacia él, hacia su garita de guardagujas, con larga y tenaz caminata; primero, directamente por las vías; luego, al aparecer un tren de frente, por el terraplén, abriéndose camino como en una ventisca, protegiéndose con los brazos del viento y del polvo que venía a ráfagas de un veloz tren de mercancías (un tren con hoja de ruta preferente: convoy con destino especial que luego tomaría un ramal hacia la zona reservada de Sary-Ozeki, donde tenían un servicio ferroviario propio que llegaba hasta el cosmódromo, por decirlo de una vez, por eso los vagones iban cubiertos con unas lonas y había guardia armada en las plataformas). Al instante Yediguéi adivinó que era su esposa la que se acercaba apresuradamente, que esta prisa no sería gratuita y que habría para ello un motivo muy serio. Así resultó ser. El deber del servicio le impedía abandonar el puesto hasta que hubiera pasado el último vagón de cola con el conductor en la plataforma descubierta. Se hicieron señas con los faroles indicando que todo estaba en orden en las vías, y sólo entonces, medio sordo por el estrépito, se volvió Yediguéi a su mujer, que acababa de llegar
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