Molly nunca está perdida con las palabras.
Nadie podría hacerla actuar después del número de los perros.
Conque aquí estoy yo con cincuenta años, colgada entre las generaciones. He quedado reducida a una especie de eslabón perdido en la cadena evolutiva. Tengo todos esos consejos de mi padre y todos esos solos de mi hija. En cierto modo hago que tenga sentido todo eso.
Así es como nació este libro.
Él cumple cincuenta años. Ella no.
A los cincuenta años, lo que menos deseaba era una celebración pública. Tres días antes de mi cumpleaños me largué a un balneario en las Berkshire con mi hija, entonces de trece años, Molly; dormía en la misma cama que ella, nos reíamos antes de dormir, hacía ejercicio físico el día entero (como si fuera una persona activa, y no sedentaria), aprendía recetas vegetarianas, hacía que me quitaran las espinillas, me daban masajes en la carne fofa, tensaba los músculos, y pensaba en la segunda mitad de mi vida.
Estos pensamientos alternaban entre el terror y la aceptación. Cumplir cincuenta años, pensaba, es como volar: horas de aburrimiento puntuadas por momentos de intenso terror.
Cuando, la tarde del día de mi cumpleaños, llegó mi marido (que comparte e
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