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Название книги: La hora en el reloj
Автор(ы): Carmen Posadas
Жанр: Современная проза
Адрес книги: http://www.6lib.ru/books/La-hora-en-el-reloj-222225.html
– Hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces por día, ¿no le parece?Giré la cabeza y vi que quien así me hablaba era un caballero de aspecto curioso. Normalmente, me fastidian las charlas de bar y esas confesiones íntimas que algunas personas le hacen padecer a uno cuando están solos, lejos de casa, en un hotel de alguna ciudad extranjera. Sin embargo, esta vez me volví hacia aquel tipo y casi le sonreí.Eran las siete de la tarde de un día desperdiciado: no había logrado hacer el negocio que me trajo a Amsterdam, acababan de cerrar el aeropuerto por mal tiempo, mi mujer, en Madrid, no contestaba el teléfono y me esperaba un fin de semana lluvioso en un hotel que ni siquiera era el que yo había elegido. Por eso pensé que escuchar las confesiones de un desconocido no podía ser mucho peor que el panorama que se me presentaba, véase: tomarme una copa -otra más-, cenar solo y ver algún programa de televisión en holandés.– Perdone, ¿qué decía usted de un reloj parado?Y el otro, muy contento
Название книги: La hora en el reloj
Автор(ы): Carmen Posadas
Жанр: Современная проза
Адрес книги: http://www.6lib.ru/books/La-hora-en-el-reloj-222225.html
– Hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces por día, ¿no le parece?Giré la cabeza y vi que quien así me hablaba era un caballero de aspecto curioso. Normalmente, me fastidian las charlas de bar y esas confesiones íntimas que algunas personas le hacen padecer a uno cuando están solos, lejos de casa, en un hotel de alguna ciudad extranjera. Sin embargo, esta vez me volví hacia aquel tipo y casi le sonreí.Eran las siete de la tarde de un día desperdiciado: no había logrado hacer el negocio que me trajo a Amsterdam, acababan de cerrar el aeropuerto por mal tiempo, mi mujer, en Madrid, no contestaba el teléfono y me esperaba un fin de semana lluvioso en un hotel que ni siquiera era el que yo había elegido. Por eso pensé que escuchar las confesiones de un desconocido no podía ser mucho peor que el panorama que se me presentaba, véase: tomarme una copa -otra más-, cenar solo y ver algún programa de televisión en holandés.– Perdone, ¿qué decía usted de un reloj parado?Y el otro, muy contento
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