turiento de practicarla, estos autores tienen una influencia indiscutible.
Lo que sigue son, mejor o peor organizadas, las ideas que acerté a reunir en un apresurado ejercicio a propósito de cada uno de ellos. Nadie debe esperar un análisis académico, ni un trabajo riguroso que signifique una aportación relevante respecto de la interpretación o el conocimiento de la obra de tres autores sobre los que ya se ha escrito mucho. Son unos apuntes al vuelo, que reúno en esta forma únicamente por si pudieran ser de utilidad para algún otro. Y sólo tengo una razón para confiar en tal posibilidad: el recuerdo claro y distinto de que fue leyendo lo que estos hombres habían escrito como se despertó y se construyó mi deseo de hacer novelas. Novelas y no cualquier otra cosa (poemas, cuentos, teatro), que era lo que yo mismo había venido escribiendo antes de conocerlos.
En estas páginas trato de explicar por qué, y se me antoja que eso podría interesar, en primer lugar, a esas pocas personas generosas que leen mis novelas. En segunda instancia, pienso en las muchas personas que leen novelas, en general, y le dan importancia (una importancia que no logra decrecer ante las aparatosas transformaciones de nuestro mundo) al hecho de leerlas, haciendo con ello posible que algunos mantengamos el impulso de escribirlas. Hasta me atrevo a esperar que alguno de los demás miembros de la cofradía novelesca, aunque no siempre resulte ser la cofradía más solidaria del mundo, dé algún valor a mis ociosas reflexiones. Pero, puestos a desear, preferiría ante todo interesar a los que aún no se han incorporado, a los que acogen en su alma la vocación todavía no desarrollada y pueden recibir de estos tres novelistas un estímulo que mi propia obra no es, s
Lo que sigue son, mejor o peor organizadas, las ideas que acerté a reunir en un apresurado ejercicio a propósito de cada uno de ellos. Nadie debe esperar un análisis académico, ni un trabajo riguroso que signifique una aportación relevante respecto de la interpretación o el conocimiento de la obra de tres autores sobre los que ya se ha escrito mucho. Son unos apuntes al vuelo, que reúno en esta forma únicamente por si pudieran ser de utilidad para algún otro. Y sólo tengo una razón para confiar en tal posibilidad: el recuerdo claro y distinto de que fue leyendo lo que estos hombres habían escrito como se despertó y se construyó mi deseo de hacer novelas. Novelas y no cualquier otra cosa (poemas, cuentos, teatro), que era lo que yo mismo había venido escribiendo antes de conocerlos.
En estas páginas trato de explicar por qué, y se me antoja que eso podría interesar, en primer lugar, a esas pocas personas generosas que leen mis novelas. En segunda instancia, pienso en las muchas personas que leen novelas, en general, y le dan importancia (una importancia que no logra decrecer ante las aparatosas transformaciones de nuestro mundo) al hecho de leerlas, haciendo con ello posible que algunos mantengamos el impulso de escribirlas. Hasta me atrevo a esperar que alguno de los demás miembros de la cofradía novelesca, aunque no siempre resulte ser la cofradía más solidaria del mundo, dé algún valor a mis ociosas reflexiones. Pero, puestos a desear, preferiría ante todo interesar a los que aún no se han incorporado, a los que acogen en su alma la vocación todavía no desarrollada y pueden recibir de estos tres novelistas un estímulo que mi propia obra no es, s
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